Ella. Siempre ella. Se arrastra silenciosa,
inmutable, imperturbable con su innata elegancia misteriosa, como una ligera
brisa marina que aturulla la razón y embota los sentidos. Se desliza rauda
sobre su escenario, dejando tras ella un leve aroma a desazón.
Es fría como el hielo, pero quema si permanece
mucho tiempo cerca de un alma solitaria. Quizás es su mejor forma de vengarse
de todos aquellos que alguna vez la hemos sentido y nos hemos querido deshacer
de ella lo más pronto posible. Quizás es por eso que no es nada amigable.
Araña el corazón y chupa la sangre como un
vampiro en mitad de la noche, deseosa por arrancar vida. Inunda de sombras cada
duda, cada escollo, cada ruptura en nuestra voluntad de deseo.
¿Y, es que, acaso nos hemos parado a escucharla?
¿Alguna vez nos hemos preguntado el origen de su aparente desagradable
sensación?
Ella. Nos alivia como un bálsamo calmante que
cicatriza las heridas y las mece sobre el vaivén de la memoria. Nos abraza con
sus tentáculos insolventes e incondicionales.
Nuestra más preciada compañía. Nuestro espejo
hecho añicos. Nuestra imagen emborronada tras un sueño roto. ¿Acaso hay alguien
que no la conoce? Sobre ella vertimos toda clase de frustraciones y miedos. A
ella es a quien propinamos todo tipo de golpes; golpes que nos negamos a
asestarnos a nosotros mismos.
Es el reflejo amargo de nuestras ambiciones
deshechas por la falta de valentía para enfrentarnos a lo que queremos ser.
¿No sería mejor pasar más tiempo con ella? ¿No
desahuciarla tan rápido de nuestros pensamientos? ¿No es sino, una fuente de
conocimiento propio que nos permitiría escuchar entre el ruido de la vorágine
en la que vivimos atrapados?
De ese modo, conseguiríamos vernos con mayor
claridad. Apartar la oscuridad en la que vivimos inmersos y dar un poco de luz
a nuestra realidad. Porque, tal vez, su compañía sea la mejor forma de dejar de
estar solos.
Su nombre es soledad y vive en cada rincón,
escondida, esperando el momento adecuado para ser llamada y acudir en nuestro
rescate.
A veces preferimos vivir la intensidad
verdadera de la realidad, el misterio de la incertidumbre del devenir de la
vida en función de nuestras elecciones o las emociones fuertes palpables
físicamente que la abstracción de los sentimientos, que implica adentrarse peligrosamente
en la senda de nuestro propio yo. Evitamos intimidar con nuestra soledad por si
nos visita frecuentemente.
Foto: Gema Fernández
G.Ferestradé
Muy bueno Gema, me gusta tu manera de narrar estos reflexivos y personales escritos. Enhorabuena y cordial saludo.
ResponderEliminarRamón