jueves, 31 de julio de 2014

No hay tiempo que perder



Se me ponía un nudo en la garganta solo de pensar en ella. Aquella sensación indescriptible mezcla de nerviosismo, emoción y adrenalina cada vez que se acercaba a mí para darme dos besos o un abrazo. Sus abrazos. Me desarmaban, me hacían soltar toda la tensión acumulada en el pecho y sentir que todo iba a salir bien. Ella no era como los demás que se limitaban a rozar la mejilla simulando un beso sino que te ofrecía su mejor sonrisa, ésa capaz de cambiar el mundo y, espontáneamente te regalaba aquel abrazo. Quizá era solo cuestión de segundos, pero para mí duraba una eternidad. Me perdía en el olor característico de su pelo, en esa esencia personal que no sabría describir con palabras. Ella no era como los demás. 

Cuando estaba alrededor, no podía dejar de pensar que me transmitía aquella serenidad que nunca había tenido. Me orientaba hacia la dirección correcta si es que hay una y despejaba toda mi inseguridad y mis dudas. En ese preciso instante, sabía dónde quería estar. Nunca habría imaginado tenerla tan cerca y a la vez tan lejos. Nunca supe que acabaría esperando con ansia poder corresponder a esos abrazos y que, muchas veces, tendría que darlos a la pantalla de un ordenador que me transmitiría su imagen en diferido. Ya pocas veces la tuve en directo. Qué importante es el directo. Hay un momento de la vida en el que solo te escondes de él y quieres que todo ocurra a través de una pantalla protectora de por medio pero cuando creces lo suficiente, te das cuenta de lo necesario que es vivir cada momento en vivo y en directo. Te vuelves valiente y pierdes el miedo a mirar a los ojos y a que te miren mientras hablas sin perder palabras. No hay tiempo que perder. Puede que yo no fuera lo suficientemente valiente y por eso estoy aquí ahora escribiendo esto y preguntándome dónde estará. A veces lo sé y otras no. La comunicación se perdió entre la maraña de redes sociales. Qué paradoja. 


Y, es que cuando creces y te ves obligado a decir adiós a ciertas personas de las que no quieres despedirte, también te das cuenta de que tendrás que hacer lo posible por sostener a esa persona entre tus brazos y retenerla no solo en tu memoria, sino en tu vida. Porque no siempre nos lo van a poner fácil para que todo sea como siempre fue. Otra cosa más de crecer. El camino no suele ser paralelo al de todas las personas con las que lo comenzaste. De hecho, casi nunca lo es. Lo emocionante es arreglárselas para hacer que coincidan siendo divergentes. Ahí es cuando decides a quién quieres tener incluso después de crecer que es cuando todo se vuelve menos nítido. Pero ojo, no es cuestión de dejar que ocurra. Tienes que querer que ocurra. Dicen que nunca es tarde. Quizá por eso aún estoy intentando encontrarla. Quizá por eso, mientras escribo, mantengo la esperanza de que no se perdió. No hay tiempo que perder. Ella no es como los demás.