martes, 23 de octubre de 2012

Abriendo puertas

Y es que muchas veces nos da miedo mirar a la vida a la cara y preferimos observarla de reojo, sin enfrentarnos mucho a sus reproches, por si descubrimos que estamos equivocados y que es mejor cambiar de táctica. Preferimos vivir creyendo que solo hay una opción posible y que no teníamos elección. Pero la realidad es que siempre hay una alternativa, siempre hay un punto de retorno.

Y en ese momento somos un poco más conscientes de que podemos luchar por cambiar las cosas y de que un error no significa inevitablemente que estemos abocados al fracaso, sino más bien nos enseña a abrir aquellas puertas que creíamos que estaban ya cerradas descubriendo cuál era la llave correcta.
Solo es cuestión de práctica aprender a aprovechar el abanico de posibilidades que nos ofrece la vida y darse cuenta de que no está ahí para recordarla ni verla de lejos, sino para disfrutarla al máximo.


                                                                                                 G. Ferestradé

jueves, 18 de octubre de 2012

¿Por qué no?

En aquel mar de dudas y de indecisión, empezó a comprender; comprender que nunca había sido selectiva, que siempre había querido abarcarlos a todos pero que ella no siempre había sido introducida en sus mundos como alguien importante y especial.

Sintió irremediablemente la necesidad de comenzar a ser correspondida equitativamente. De abrir la puerta a aquellas personas, de las que nunca había sido consciente que estaban ahí cerca y con las que quería empezar a compartir su mundo. ¿Por qué no? Al fin y al cabo, a todos nos gusta recibir un poquito de lo que damos.

                                                                                                  G.Ferestradé

martes, 16 de octubre de 2012

Invierno

El frío aguardaba a la vuelta de la esquina. Las calles comenzarían a llenarse de abrigos, bufandas y paraguas chocando unos con otros sin cesar, en las aceras empapadas. El invierno siempre volvía. Y siempre me pillaba desprevenida.

No dejaban de recordarme el encanto del chocolate caliente con churros en una recóndita cafetería alejada del bullicio, la reconfortante sensación de una tarde envuelta en aquella manta de lana que cubría hasta el último resquicio de mi piel y el dulce aroma casero de la compañía familiar.

Y, sin embargo, esperaría ansiosa la primavera; el florecer de la vida, el sol en lo alto del cielo, la plenitud de disfrutar al aire libre, la libertad de cerrar los ojos sobre el césped y aspirar su inconfudible olor a esperanza.

Mientras tanto, no iba a desperdiciar un solo minuto del invierno. Me sobrepondría a las lluvias y a las heladas, y saldría ahí fuera con la mejor de mis sonrisas.

                                                                                                 G.Ferestradé 
 

Querer es poder

-No puedo, no puedo, no puedo.
-Más bien, tendrías que decir, no quiero intentarlo, no quiero intentarlo, no quiero intentarlo.
-¿Ah, sí? ¿Y, cómo se supone que debo intentarlo? Que no conseguirlo, ni siquiera me garantizas el éxito.
-Libera tu mente. Sólo ella te lo garantizará.
-¿Tan fácil como eso, liberar la mente? ¿Qué me propones, ejercicios de yoga? Venga, hombre...
-La mente es la gran escultora de tus pensamientos y ellos, los que inciden directamente sobre tus acciones. Liberar la mente de todos los condicionantes negativos que te oprimen cada día y te impiden pasar a la acción.
-Mis acciones las controla mi voluntad de llevarlas a cabo o no y nacen de mi libertad de elección.
-Precisamente tu libertad es la que te da la opción de pensar en positivo o en negativo. Y, precisamente, la que te da la opción de cambiar de hábitos. Fuera las opresiones, dentro las acciones.
-Cómo os gusta la palabra cambio...
-Nadie te está diciendo que cambies, sino que mejores la concepción que tienes de tí mismo, de tus capacidades.
-Vale, ya está. Cierro los ojos, libero la mente y ¡milagro! Ahora me creo el mejor, el más capaz, el más poderoso...No sé porque hay tantos problemas si en un abrir y cerrar de ojos se solucionan.
-No seas siempre tan sarcástico; eso sólo te conduce a la incredulidad. ¿Por qué no empiezas por creer, creer que sí?
-No creo en lo que no veo. Soy algo escéptico.
-A lo mejor es que no quieres verte...¿Te consideras invisible o es así como te sientes cuando estás en un grupo de personas?
-La gente habla mucho y sabe poco. No tienen ni idea.
-Pues con más motivo, deja de identificarte con la gente e identifícate contigo mismo. Tú si tienes idea.  Sabes de lo que hablas. Eres especialista en ti.

                                                                                                     G.Ferestradé

Ilusión

Hace algún tiempo, alguien me dijo que dejara de tener miedo. Que la vida es un ensayo de prueba y error, que la experimentara, que corriera riesgos, que dejara hueco a la incertidumbre y que notara cómo se aceleraban mis latidos con cada choque inesperado.

¿Es que acaso hacer planes va a salvarnos del abismo en el que a veces caemos? Si andas, te acabarás tropezando de igual forma, porque no puedes disponer a tu gusto cada piedra del camino. Y, porque, a veces las piernas flaquean.

Entonces ¿No será mejor dejarse sorprender por lo que está por venir? 

El miedo condiciona nuestras ansias de libertad y nos paraliza por completo; el miedo conforma la rutina que se opone al cambio e impide el progreso hacia nuevos horizontes. Es un síntoma de derrota y de resignación.
Entonces, me propuso una lucha: la lucha contra mis limitaciones. Aquellos agujeros que aún estaban sin tapar y por los que solo salían inseguridades que cada día se hacían más convincentes. 

De eso se trata ¿no? De aprender a defender nuestro derecho a perseguir aquello que queremos hacer nuestro.

Le agradezco que me confesara que no había ninguna fórmula mágica para vivir. Tan sólo había que aprender a ser el mago de nuestra propia vida y poder crear ilusión.
-La ilusión- me dijo- es lo que te permite sonreír cada mañana al levantarte y pensar: hoy tengo ganas de más.

                                                                                                      G.Ferestradé

A la espera

No había dejado de repetirme una y otra vez que las cosas no siempre salían como uno se esperaba y que indiscutiblemente, habría momentos de improvisación. Y que esos momentos serían los más felices de mi vida. Áquellos en los que no estuviera esperando un resultado, sino simplemente siendo yo sin pensarlo demasiado.

No quería mermar mis ilusiones sobre cada una de las personas que conocería en el camino pero nunca se cansaba de recordarme que aunque me dieran la mano incondicionalmente, el paseo en su compañía no tenía por qué durar eternamente. Y que un paseo, no significaba la creación irremediable de un vínculo recíproco y equitativo. A veces, existiría el peligro de que tiraran demasiado de mí sin ser consciente de que andaba antes de decidir adonde. En ese momento había que saber parar a tiempo.

No era necesario ni conveniente construir unas expectativas idealizadas de cómo alguien debería responder según lo que tú crees adecuado o bueno. Poca gente se detiene de verdad y para entonces cada uno debe saber lo que es bueno para uno mismo.

Era su regla de oro: “La gente va y viene, pasa y no se detiene, y si lo hace, no le entregues las llaves de tu casa demasiado pronto. Invítale a pasar, enséñale lo que hay pero nunca le obligues a quedarse. 

                                                                                           
                                                                                                                           G.Ferestradé

lunes, 15 de octubre de 2012

El mundo está loco


Pronto apagarán las luces de este mundo y cerrarán con llave sus puertas de cristal rajadas. Sellarán con veneno el testamento de sus recuerdos para que nadie se contagie de su lenta agonía ni su desgarradora enfermedad.

Murió infectado por el virus del desamparo y la soledad, que se extendía por sus entrañas tejiendo una maraña de falsas apariencias que fueron desgranando poco a poco su autenticidad.
Se lo detectaron a tiempo para su recuperación, pero nadie colocó barreras de contención para el daño ni evitó la propagación de la toxicidad por todos los rincones. El mundo estaba contaminado sin remedio y sus síntomas eran palpables con las yemas de los dedos: hambriento de nuevas ambiciones, voraz por atrapar la verdad de las más de mil promesas que escuchaban sus oídos, ya sordos y exterminados por tantas falsas melodías; sediento por beber del agua de la eterna reconciliación de la lucha armada de intereses, tejidos de egoísmos personales, que se libra cada día en la vida. Se ahogaba entre las deudas de las implicaciones que nunca se defendían, deudas que nunca le pagaron: ni con un abrazo que estrechase sus agujeros vacíos, ni con una caricia que suavizase sus múltiples asperezas, ni con un beso que rogase perdón.

Arrastraba en su interior una pesada losa que le impedía volar, cansado de recibir sonrisas clónicas, ninguna original ni cómplice de su causa, abatido de soportar sus inmensurables golpes a la razón, exhibiendo en su superficie las huellas de una apisonadora destructiva que se posaba sobre las pequeñas huellas de la humildad.
Le habían cortado las alas y su vida se restringía al mundo terrenal, sobreviviendo entre la maleza de los animales salvajes y las plantas venenosas. Ya no podía recordar lo que soñaba, pues le habían robado la imaginación y le habían prohibido relacionarse con aquellas sirenas que le dulcificaban con sus cantos melodiosos, aquellos unicornios que le enseñaban nuevos mundos con los que entablar una amistad y aquellas hadas con su halo de encanto e ilusión.

Prohibida quedo la magia de la inocencia. ¿Qué era eso? ¿Quién lo creó? El mundo está loco- se dijeron sus habitantes. Nadie cree ya en fantasías de niños. Como prohibida quedó la verdad. ¿Qué era eso? ¿Quién lo creo? El mundo está loco, sincerarse ya no es el objetivo, el objetivo es ganar en una partida de constantes trampas y engaños. Preparado siempre para el jaque mate, siempre despierto, alerta. Como prohibido quedó el amor. ¿Qué era eso? ¿Quién lo creo? El mundo está loco. El objetivo ya no es sentir, sino rodearse de pasiones sin sentido. Absurdos sentimientos idealistas, eso es el amor. Como prohibida quedó la originalidad. ¿Qué era eso? ¿Quién lo creó? El mundo está loco. El objetivo ya no es la diversidad, ahora lo que prima es la igualdad-alegaban,  y el mundo quedó habitado por robots teledirigidos por hombres poderosos, que jugaban desde sus casas con juguetes “de verdad”.
Así que le encerraron en la cárcel del olvido con el grito unánime de ¡El mundo está loco! Amarrado a la estatua de la libertad, exhaló su último suspiro: hombres  contradictorios para vivir, incoherentes hasta para morir, pues con él, todos arrancaban su vida de la realidad. Se crearon así su propio lecho de muerte y se enterraron unos a otros.
El mundo, ese loco soñador, yace hoy sobre un cielo reparador. ¿Y tú? ¿Dónde vives hoy? 
                                                                                                  G.Ferestradé

Pidiendo deseos


Cerró los ojos y pidió un deseo. Decían que aquellos puntos de luz que poseían largas colas iluminadas y surcaban la inmensidad del cielo inmaculado cada cierto tiempo, eran como los famosos genios de las lámparas mágicas. Sin embargo, en vez de conceder tres deseos, sólo estaba permitido uno.
Ella nunca había creído en el destino ni en ningún tipo de superstición. Era partidaria de que disponíamos de la libertad suficiente como para crear nuestro futuro diariamente. Nadie estaba condenado a ser esclavo de su propia suerte. Tanto la buena como la mala suerte eran producto de nuestras buenas o malas decisiones. Pero la magia, la magia era algo distinta. Sabía que no dejaba de ser otra de esas creencias irracionales e ilusorias, aunque con un componente vital necesario para creer: no en fuerzas sobrenaturales, sino en uno mismo. Era ilusión lo que permitía hacer realidad nuestros deseos, nuestras ambiciones, nuestros retos. No era supersticiosa, de eso estaba segura, pero le encantaba cumplir deseos. Hacer realidad sueños.


Como las estrellas fugaces. Las velas de cumpleaños. Las pestañas cuando volaban. La magia había formado parte de su vida prácticamente desde que tenía uso de razón. La había enseñado a creer que hasta lo que no podíamos ver, si poníamos el empeño suficiente para descubrirlo, existía.
Cada mañana, cuando viajaba en el metro de camino al trabajo, era testigo de aquel popular ritual donde la fuerza superior de los planetas y la predestinación tomaban el control de nuestras vidas. 

Hombres y mujeres ataviados con sus mejores trajes, con expresiones somnolientas y esa extraña sensación de tedio rutinario, invadían los vagones leyendo con un falso esmero largos periódicos, en los que una de las secciones más buscadas era el horóscopo. Aquella maravillosa sección que, con sólo saber  la fecha de nacimiento, analizaba tu personalidad y tu futuro. Y, lo curioso era que, lo que fuese que iba a pasarte, iba a ocurrirle azarosamente a otro medio millón de personas que compartían tu mismo signo del zodíaco. ¿Magia? 

Hombres y mujeres, convencidos de que ése era el día esperado en el que iban a cruzarse con el amor de sus vidas. El destino jugaba sus cartas y ya era hora de que dedicase un poco de tiempo a sus partidas. Si no ocurría, era su culpa.
Hombres y mujeres víctimas de fracasos amorosos, creyentes de que ésa no era entonces la persona adecuada que la vida les tenía reservada. El universo les estaba mandando una señal. ¿Casualidad?

Su vida no había sido precisamente una fuente de buenas experiencias y recuerdos que le hubiesen permitido llevar una existencia tranquila y anodina. ¿Quién no se hubiera aferrado  a una creencia más allá de lo meramente terrenal para superar el mal trago y recuperar la fuerza perdida? Ella aprendió más que nunca a aferrarse a sí misma con una vehemencia digna de una superhéroe. Por eso no le gustaba que le salvasen. Por eso su misión cada día, era salvar vidas, incluida la suya propia.
                                                                              
                                                                                
                                                                                                  G.Ferestradé