lunes, 15 de octubre de 2012

Pidiendo deseos


Cerró los ojos y pidió un deseo. Decían que aquellos puntos de luz que poseían largas colas iluminadas y surcaban la inmensidad del cielo inmaculado cada cierto tiempo, eran como los famosos genios de las lámparas mágicas. Sin embargo, en vez de conceder tres deseos, sólo estaba permitido uno.
Ella nunca había creído en el destino ni en ningún tipo de superstición. Era partidaria de que disponíamos de la libertad suficiente como para crear nuestro futuro diariamente. Nadie estaba condenado a ser esclavo de su propia suerte. Tanto la buena como la mala suerte eran producto de nuestras buenas o malas decisiones. Pero la magia, la magia era algo distinta. Sabía que no dejaba de ser otra de esas creencias irracionales e ilusorias, aunque con un componente vital necesario para creer: no en fuerzas sobrenaturales, sino en uno mismo. Era ilusión lo que permitía hacer realidad nuestros deseos, nuestras ambiciones, nuestros retos. No era supersticiosa, de eso estaba segura, pero le encantaba cumplir deseos. Hacer realidad sueños.


Como las estrellas fugaces. Las velas de cumpleaños. Las pestañas cuando volaban. La magia había formado parte de su vida prácticamente desde que tenía uso de razón. La había enseñado a creer que hasta lo que no podíamos ver, si poníamos el empeño suficiente para descubrirlo, existía.
Cada mañana, cuando viajaba en el metro de camino al trabajo, era testigo de aquel popular ritual donde la fuerza superior de los planetas y la predestinación tomaban el control de nuestras vidas. 

Hombres y mujeres ataviados con sus mejores trajes, con expresiones somnolientas y esa extraña sensación de tedio rutinario, invadían los vagones leyendo con un falso esmero largos periódicos, en los que una de las secciones más buscadas era el horóscopo. Aquella maravillosa sección que, con sólo saber  la fecha de nacimiento, analizaba tu personalidad y tu futuro. Y, lo curioso era que, lo que fuese que iba a pasarte, iba a ocurrirle azarosamente a otro medio millón de personas que compartían tu mismo signo del zodíaco. ¿Magia? 

Hombres y mujeres, convencidos de que ése era el día esperado en el que iban a cruzarse con el amor de sus vidas. El destino jugaba sus cartas y ya era hora de que dedicase un poco de tiempo a sus partidas. Si no ocurría, era su culpa.
Hombres y mujeres víctimas de fracasos amorosos, creyentes de que ésa no era entonces la persona adecuada que la vida les tenía reservada. El universo les estaba mandando una señal. ¿Casualidad?

Su vida no había sido precisamente una fuente de buenas experiencias y recuerdos que le hubiesen permitido llevar una existencia tranquila y anodina. ¿Quién no se hubiera aferrado  a una creencia más allá de lo meramente terrenal para superar el mal trago y recuperar la fuerza perdida? Ella aprendió más que nunca a aferrarse a sí misma con una vehemencia digna de una superhéroe. Por eso no le gustaba que le salvasen. Por eso su misión cada día, era salvar vidas, incluida la suya propia.
                                                                              
                                                                                
                                                                                                  G.Ferestradé
                                                                                                           

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