Hace algún tiempo, alguien me dijo que dejara
de tener miedo. Que la vida es un ensayo de prueba y error, que la
experimentara, que corriera riesgos, que dejara hueco a la incertidumbre y que
notara cómo se aceleraban mis latidos con cada choque inesperado.
¿Es que acaso hacer planes va a salvarnos del
abismo en el que a veces caemos? Si andas, te acabarás tropezando de igual
forma, porque no puedes disponer a tu gusto cada piedra del camino. Y, porque,
a veces las piernas flaquean.
Entonces ¿No será mejor dejarse sorprender por
lo que está por venir?
El miedo condiciona nuestras ansias de
libertad y nos paraliza por completo; el miedo conforma la rutina que se opone
al cambio e impide el progreso hacia nuevos horizontes. Es un síntoma de
derrota y de resignación.
Entonces, me propuso una lucha: la lucha
contra mis limitaciones. Aquellos agujeros que aún estaban sin tapar y por los
que solo salían inseguridades que cada día se hacían más convincentes.
De eso se trata ¿no? De aprender a defender nuestro
derecho a perseguir aquello que queremos hacer nuestro.
Le agradezco que me confesara que no había
ninguna fórmula mágica para vivir. Tan sólo había que aprender a ser el mago de
nuestra propia vida y poder crear ilusión.
-La ilusión- me dijo- es lo que te permite
sonreír cada mañana al levantarte y pensar: hoy tengo ganas de más.
G.Ferestradé
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