lunes, 15 de octubre de 2012

El mundo está loco


Pronto apagarán las luces de este mundo y cerrarán con llave sus puertas de cristal rajadas. Sellarán con veneno el testamento de sus recuerdos para que nadie se contagie de su lenta agonía ni su desgarradora enfermedad.

Murió infectado por el virus del desamparo y la soledad, que se extendía por sus entrañas tejiendo una maraña de falsas apariencias que fueron desgranando poco a poco su autenticidad.
Se lo detectaron a tiempo para su recuperación, pero nadie colocó barreras de contención para el daño ni evitó la propagación de la toxicidad por todos los rincones. El mundo estaba contaminado sin remedio y sus síntomas eran palpables con las yemas de los dedos: hambriento de nuevas ambiciones, voraz por atrapar la verdad de las más de mil promesas que escuchaban sus oídos, ya sordos y exterminados por tantas falsas melodías; sediento por beber del agua de la eterna reconciliación de la lucha armada de intereses, tejidos de egoísmos personales, que se libra cada día en la vida. Se ahogaba entre las deudas de las implicaciones que nunca se defendían, deudas que nunca le pagaron: ni con un abrazo que estrechase sus agujeros vacíos, ni con una caricia que suavizase sus múltiples asperezas, ni con un beso que rogase perdón.

Arrastraba en su interior una pesada losa que le impedía volar, cansado de recibir sonrisas clónicas, ninguna original ni cómplice de su causa, abatido de soportar sus inmensurables golpes a la razón, exhibiendo en su superficie las huellas de una apisonadora destructiva que se posaba sobre las pequeñas huellas de la humildad.
Le habían cortado las alas y su vida se restringía al mundo terrenal, sobreviviendo entre la maleza de los animales salvajes y las plantas venenosas. Ya no podía recordar lo que soñaba, pues le habían robado la imaginación y le habían prohibido relacionarse con aquellas sirenas que le dulcificaban con sus cantos melodiosos, aquellos unicornios que le enseñaban nuevos mundos con los que entablar una amistad y aquellas hadas con su halo de encanto e ilusión.

Prohibida quedo la magia de la inocencia. ¿Qué era eso? ¿Quién lo creó? El mundo está loco- se dijeron sus habitantes. Nadie cree ya en fantasías de niños. Como prohibida quedó la verdad. ¿Qué era eso? ¿Quién lo creo? El mundo está loco, sincerarse ya no es el objetivo, el objetivo es ganar en una partida de constantes trampas y engaños. Preparado siempre para el jaque mate, siempre despierto, alerta. Como prohibido quedó el amor. ¿Qué era eso? ¿Quién lo creo? El mundo está loco. El objetivo ya no es sentir, sino rodearse de pasiones sin sentido. Absurdos sentimientos idealistas, eso es el amor. Como prohibida quedó la originalidad. ¿Qué era eso? ¿Quién lo creó? El mundo está loco. El objetivo ya no es la diversidad, ahora lo que prima es la igualdad-alegaban,  y el mundo quedó habitado por robots teledirigidos por hombres poderosos, que jugaban desde sus casas con juguetes “de verdad”.
Así que le encerraron en la cárcel del olvido con el grito unánime de ¡El mundo está loco! Amarrado a la estatua de la libertad, exhaló su último suspiro: hombres  contradictorios para vivir, incoherentes hasta para morir, pues con él, todos arrancaban su vida de la realidad. Se crearon así su propio lecho de muerte y se enterraron unos a otros.
El mundo, ese loco soñador, yace hoy sobre un cielo reparador. ¿Y tú? ¿Dónde vives hoy? 
                                                                                                  G.Ferestradé

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