Me gusta demasiado el olor a recuerdo, su
dulce aroma a nostalgia, a melancolía, a cualquier tiempo pasado fue mejor.
Creo que soy adicta a él y lo echo demasiado de menos.
Reconozco que tampoco se me
da muy bien cerrar etapas, me acostumbro demasiado rápido a su rutina, al
conformismo de saber qué es lo que te espera al día siguiente y al miedo de no
querer cambiar de rol, de posición en el tablero.
Y, curiosamente, cuando se
produce un cambio, la oportunidad de mejorar cualquier aspecto de nuestras vidas
o simplemente de darles un empujón, nos entra la inseguridad, la fobia de poder
ser otro yo haciendo cosas diferentes. Siempre pensamos que todo podría ir a
peor, que probablemente donde estábamos antes, estaríamos mejor ubicados.
La paradoja viene cuando,
hagamos lo que hagamos, creemos que nos hemos equivocado por completo con una
irremediable convicción de los hechos como si fueran ciertos. Si decidimos
seguir adelante en nuestro patrón, acabaremos hechos polvos dándonos cuenta de
que teníamos que haber sido valientes y atrevernos a dar un giro inesperado que
cambie el rumbo de nuestro futuro. Pero, si por el contrario, aceptamos caminar
por un sendero desconocido y probar suerte, en cuanto nos adentremos lo
suficiente en él, estaremos arrepintiéndonos toda la vida de haberlo escogido.
Demasiados imprevistos, demasiados obstáculos por los que nos vemos superados.
Tras esta lucha interna, lo mejor es darse cuenta de que la felicidad que uno espera tras elegir no se encuentra tanto en la decisión tomada sino en las ganas de que esta decisión salga bien. Con esto y con todo, es difícil saber si uno va bien encaminado o no. Creo que no existen equivocaciones en este sentido; tan solo incertidumbre sobre lo que nos deparará. Lo más importante: nunca mirar atrás.
G. Ferestradé
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