Tras la
ventana, la niebla brotaba abrumadora, espesa, como una densa capa de
pesadumbre, difícil de quitarse de encima. Una bonita estampa navideña. Las
luces se habían ocultado tras su rostro sereno pero gélido que empapaba de
melancolía cada rincón.
El
silencio dominaba las calles. Pequeños aullidos se oían en la lejanía,
rompiendo la aparente quietud que se había instalado sin previo aviso ni
autorización. En la oscuridad de la invernal tarde se dibujaron algunas sombras
pálidas, sedientas de la tan perseguida felicidad típica de aquellas fechas.
Sin embargo, los pocos rostros que se dejaban ver en la austeridad de las
calles vacías, mostraban una mirada cansada y poco exaltante de alegría. ¿Acaso
nadie más podía percibir sus inquisitivos ojos pidiendo redención y consuelo?
Era de suponer que ellos no disponían del tiempo suficiente para robarles un
fugaz atisbo. Sin embargo, no hacían más que tropezarse con esas figuras
molestas que les impedían caminar al ritmo rápido al que ellos acostumbraban.
Ellos,
que tan estrepitosamente pasaban la Navidad. Que tanto llenaban sus estómagos
saciados del exceso de placeres inconmensurables. Necesitaban sentir esa
inmensa plenitud al hinchar sus prominentes barrigas para compensar las
carencias de una vida demasiado colmada de bienes, falta de verdaderas
emociones. Les encantaba jugar al derroche, era su debilidad. Cuanto más
sobraba, más desechaban. Y en aquella peculiar partida de egoísmos, luchaban
entre ellos para tener cada vez más. Qué paradoja.
Llenaban
sus enormes agujeros negros de aburrimiento, con vanas distracciones que les
alejaban de una realidad hacia la que no querían mirar. Ahora estaba claro
porque nunca veían. No querían. Tenían otras cosas mejores con las que
entretenerse, la mayoría de las cuales quedarían en el olvido una vez llegaran
otras mejores. Siempre había algo que incrementaba su ansia por inflarse en el
mundo de las necesidades inventadas. Qué disparatada imaginación tenían. Habían
creado un sofisticado recurso de evasión que les convertía en almas
aparentemente sanas y satisfechas. Pero la realidad es que les había consumido
el monstruo del conformismo. Les había consumido el tedio de consumir sin
esfuerzo, de conseguir sin trabajo. Solo
querían aquello de lo que no podían disponer. Todo lo que ya poseían era algo
que quedaba relegado a la cotidianeidad y a lo que no prestaban la más mínima
atención. ¿Para qué molestarse en preocuparse si ya lo tenían atenazado entre
sus poderosas manos? Tan plenamente seguros de la fuerza con la que lo agarraban,
que no daban opción a la libertad de la escapatoria. Lo que era suyo, era suyo
y de nadie más.
Se
habían establecido posesiones de las que se alardeaba y con las que se instaba
a la batalla; al fin y al cabo, una guerra más que menos no iba a cambiar el
mundo. En sus mentes, estaban relegados a la imposibilidad de que las cosas
pudieran ser diferentes y habían terminado por creer que debía ser así. Nunca
nada tiene que ser de una única forma determinada. Siempre hay otras
alternativas, otras posibilidades. Por eso existe la creación, la voluntad, la
convicción y el cambio.
Por
eso, hoy, último día de un año más, es un buen momento para empezar a creer.
Tan bueno como cualquier otro, pero quizás al cerrar una etapa más en nuestras
vidas, somos capaces de mirar atrás, hacer balance y proyectarnos hacia lo que
queremos ser. Creer en nosotros mismos y no en las circunstancias. Hoy se piden
muchos deseos, se declaran muchos propósitos y demasiadas voluntades de cambio.
Hoy se pisa con el pie derecho y se abraza con fuerza a quienes más amamos. Hoy
se ríe y se baila. Se hace aquello que nunca nos hemos atrevido. Se bebe más de
la cuenta. Quizás para olvidar, quizás para dejar de recordar o simplemente
para celebrar. Hoy es la noche en que todo está permitido. Sobre todo, la noche
en que reina la alegría. Y, ¿por qué no siempre así? ¿Por qué no estrechamos
ese lazo de fraternidad los 364 días restantes? ¿Por qué no convertimos esa
esperanza, esas ganas de conseguir, esa eterna sensación de fiesta en una rutina
diaria?
Y,
porque no, bajarnos de vez en cuando de nuestra veloz noria y detenernos a
mirar a nuestro alrededor. Probablemente nos encontremos con muchas personas
que nos necesitan, muchas para las cuales somos especiales, importantes. Seguro
que más de las que inicialmente habíamos calculado.
Así que
no dejes de felicitar. Felicíta a cada una de ellas por ser como son, por
cuidarte, por mimarte, por quererte incondicionalmente a pesar de las
dificultades que hayan surgido en el camino. Felicítalas por estar siempre ahí.
Y, quédate a su lado para celebrarlo juntos, no solo esta noche, sino todas las
noches del año.
FELIZ 2013
G.Ferestradé